Recorriendo el mundo a golpe de maratones

Recorriendo el mundo a golpe de maratones
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6 de octubre de 2012

IV. BERLÍN 30/09/2013 (3:55:45 h)

Después del subidón del maratón de Madrid en cuanto a resultado y sensaciones, había que plantearse algún reto atractivo y, para ello, nada mejor que Berlín. El maratón más rápido de las que se corre en Europa y una de las 6 World Marathon Majors (Tokyo, Boston, Londres, Berlín, Chicago y Nueva York). ¿Hacía falta algún motivo más?

El problema de participar en uno de los grandes maratones suele ser siempre el mismo: conseguir dorsal. En algunos como Nueva York, sólo unas marcas que no suelen estar al alcance de un corredor popular o un sorteo casi imposible, te pueden dar opción a correr. En Londres y Berlín, ni así. Sólo hay una solución: viajar con un Tour Operador oficial que tenga dorsales asignados, y así fue como entramos en contacto por primera vez con @Sportravel. La verdad es que para distancias cortas, en Europa (a excepción de Londres), el precio con Agencia es sólo un poco más elevado que contratando por tu cuenta y las ventajas que te ofrecen (Hotel oficial dea maratón, asistencia durante el viaje, desplazamientos en autocar por la ciudad, etc.) suelen compensar la diferencia de precio. En viajes como el de Nueva York o Londres, la diferencia es desproporcionada. Son carísimos.

Pero no todas las entradas de este blog van a ser alegres y positivas, entrenar 12 ó 16 semanas para un maratón es un camino largo, duro y lleno de vicisitudes. Al maratón de Berlín, viajaba lesionado. Cuando sólo llevaba 5 semanas de entrenamiento, sufrí una fuerte metatarsalgia en la planta del pie izquierdo y estuve parado casi los 2 meses anteriores a la prueba. Un desastre. Había sufrido ya, pese a las plantillas especiales que uso, dolores en los metatarsos del pie, pero nunca se me habían inflamado de esa manera. Al inicio de la lesión me costaba incluso caminar. En lugar de entrenar, mucho reposo, muchas sesiones de fisioterapia, mucha paciencia y mucha desmoralización porque la cosa no mejoraba. Ante eso, intenté vender el paquete del viaje de Sportravel y dejar Berlín para otro año, pero fue imposible. Nosotros ya conocíamos Berlín, así que los alicientes del viaje eran correr y que nuestra hija Almudena conociera la ciudad. Si no iba a correr … el viaje no tenía sentido. Así que viajamos sólo a ver qué pasaba, no había más remedio.

Volamos desde Barcelona un numeroso grupo de unas 55 personas. Ya en Berlín, un autocar nos llevó directamente al hotel "Park Inn Berlin Alexanderplatz****", un rascacielos junto a la Torre de Televisión bastante céntrico (en la Alexanderplatz) y a unos 800 metros de la salida/meta sita en la famosa Puerta de Brandemburgo. Lo mejor de todo es que estaba en una plaza donde tenían montada una pequeña Oktoberfest. Sí, la original está en Munich, pero se celebra en varias ciudades y, Berlín, no iba a ser menos. Muchos puestecitos con cervezas, salchichas, recuerdos de Berlín y, sobre todo, mucho ambientillo. Una cosa muy curiosa, que fotografiamos, eran unos personajes que bautizamos como "Señores Salchicha". Unos vendedores ambulantes de salchichas que llevaban colgada la parrilla, a cuestas y llamaban la atención de la gente golpeando sus pinzas. Cuando alguien quería comprarles algo, se paraban y, aguantando el peso, le servían y cobraban. El viernes llegamos cansados, así que cenamos unas salchichas con un par de cervezas (ya que no tenía nada claro terminar la carrera, no iba a dejar de catar las especialidades de la ciudad) y dejamos la Oktoberfest para el sábado por la noche.

El sábado, desayuno en el hotel y, en autocar, con el grupo de Sportravel, a por el dorsal. La Feria del Corredor en Berlín es muy curiosa. Está situada en un antiguo aeropuerto que fue usado durante la época de La Guerra Fría para llevar suministros a la RDA. Atraviesas las instalaciones con mostradores, cintas portaequipajes, puertas de embarque, etc. todo sin uso en la actualidad. Es algo muy parecido al Aeropuerto de Castellón, pero con más uso, je,je. En las pistas de aterrizaje, unas explanadas con grandes jardines, muchas actividades y más salchichas con cervezas para celebrar el evento. No dejaron entrar a las chicas a por el dorsal, se quedaron en la puerta, y me quedé algo desilusionado cuando no me dieron camiseta oficial de la prueba. Había que comprarla y mis ánimos no estaban para ello. Esta vez no confiaba en ser Finisher. Dimos una vuelta por la gran Feria y, de ahí, al metro para empezar a visitar la ciudad con Almudena. Nos costó bastante poder comprar un billete de 10 viajes, que era nuestra mejor opción. Hay muy pocas máquinas, las que hay son antiguas y había mucha gente (debido al maratón) haciendo cola, pero por fin lo conseguimos.

Ya en nuestro viaje anterior, en 2.002, toda la historia que encierra el Muro de Berlín nos apasionó, así que le enseñamos a Almudena los fragmentos mejor conservados del muro, el Check Point Charlie y la exposición de la Topografía del Terror. También nos acercamos al Parlamento y, ya por la tarde, a la impresionante Puerta de Brandemburgo. Ya estaba preparada la llegada allí, sólo imaginarme pasando por ella, a unos metros de la meta, me ponía la piel de gallina. Estoy seguro de que es una de las mejores llegadas del mundo. Espectacular. Pero ya estábamos otra vez, el día anterior a la maratón nos estábamos dando una buena paliza caminando por la ciudad. Sobre todo cuando, de vuelta al hotel, nos perdimos y dimos varias vueltas hasta que acabamos cenando en un restaurante alemán estupendo. La cerveza negra era maravillosa. Me pareció haber leído en alguna parte que el zumo de cebada era bueno para los corredores, y me tomé un par de pintas. Je, je. Al volver al hotel, paramos un rato en la Oktoberfest y las chicas se empeñaron en que yo participara en la atracción de golpear con un mazo para intentar tocar con un disparador el final de la campanita. Había mucha gente jugando y se llevaban un sombrerito típico alemán de regalo, que a las chicas les hacía mucha gracia. Insistieron tanto, que les tuve que prometer que si terminaba la maratón, iría el domingo por la noche a dar un buen golpe de mazo. No estaba con ánimos, y menos para jugar con el mazo… pero era una buena apuesta para salir del paso.

Horas después, el domingo amaneció. Nunca había visto a tanta gente en un buffet de hotel antes de una prueba, todos corredores. El autocar de Sportravel, a tope, nos dejó en la salida. Allí, mucho ambiente y una cosa muy curiosa, multitud de puestos de salchichas ya en pleno funcionamiento que desprendían un aroma exquisito. Allí nos dieron un poncho para combatir el frío y paseé una y otra vez por la Puerta de Brandemburgo. No quería gastar muchas energías, ni tentar a la suerte de la lesión con un gran calentamiento, pero sí quería visualizar bien la zona de llegada para que me ayudase a conseguirlo. Ya había quedado con Diana, que iba a ir vestida “de corredora”, que si en alguno de los puntos de encuentro yo no podía más, saldría ella “en mi lugar” para intentar acabar y vivir parte de la experiencia de un maratón. En la salida, los nervios de siempre, más los añadidos de cómo iba a responder mi planta del pie y en qué momento empezaría a molestarme. Salí tranquilo, pero en el kilómetro 2 ya notaba cosas raras en la planta de mi pie, no me gustaba nada. Me puse a ritmo de 3:30h y decidí tirar hasta donde el cuerpo aguantara.

En el kilómetro 11, primer encuentro con las chicas que estaban con el grupo de Sportravel. Mi pie ya estaba caliente, no notaba dolor, y verlas ahí, animando con su bandera de España, me dio un buen empujón. El siguiente encuentro iba a ser en el 21, la Media Maratón. La carrera discurría por la ciudad, preciosa, y yo seguía manteniendo un ritmo bueno sin notar tanto tiempo de inactividad. Al pasar el MedioMaratón, saludé a las chicas (otro subidón) y yo seguía bien, de momento no me iba a rendir. Pero el golpe duro llegó en el kilómetro 25, allí, de repente, se me acabó la gasolina. Fue una sensación que nunca antes había experimentado. Bajé el ritmo considerablemente, para recuperarme, pero me seguía costando mucho correr. No eran dolores ni molestias, era simplemente falta de fondo. Era como si mi cuerpo sólo estuviera entrenado para hacer 25 kms. y ya hubiera llegado a su límite. El panorama era desolador, faltaban todavía 17 kms., entrábamos en una zona muy apartada de Berlín, en un bosque en las afueras de la ciudad sin metro, y no volvería a ver a las chicas para que Diana me sustituyera hasta el Km. 38. Un desastre.

El cuerpo humano olvida pronto el dolor y el sufrimiento, pero nunca lo he pasado tan mal como en ese tramo final, interminable, de continuos dolores, agotamiento, calambres, rampas, contracturas y desfallecimiento. Si algo positivo saqué del maratón de Berlín, fue conocer la gran capacidad de sufrimiento que tenemos las personas. Durante el camino, encontré varias casetas de masajes atendiendo a corredores en situaciones parecidas a la mía, pero evité pararme porque sabía que si me tumbaba en una camilla, no me volvería a levantar. Mi objetivo, de momento, era llegar al Km. 38 y ver a las chicas. Allí decidiría. Varias veces tuve que parar a estirar mis piernas agarrotadas que casi no podía mover, pero finalmente, conseguía engancharme de nuevo a la carrera a golpes. En el Km. 35 se me unió un chaval con la camiseta de España, como yo, que iba algo mejor pero ya cansado porque era su debut en la gran distancia. Compartimos un rato juntos, pero ninguno era capaz de animar al otro. Por fin, en el Km. 38. vi a las chicas y pensé en retirarme para que Diana acabara, pero después de tanto sufrimiento, ya “sólo” quedaban 4 kilómetros más para terminar. Aunque fuera a rastras, tenía que entrar en la meta de Berlín. Tanto sufrimiento tenía que tener un premio.

Los últimos 4 kilómetros fueron una gran pesadilla. Ya el agarrotamiento de las piernas no me dejaba seguir, cada kilómetro se me hacía interminable. Normalmente recorro un kilómetro entre 4:00 y 4:40 minutos, según la distancia de la prueba, pero en Berlín, el final, me estaba saliendo entre 7 y 8 minutos de media. Sobre el Km. 40, adelanté al chaval de la camiseta de España con el que había corrido antes, se había rendido, estaba desfondado y caminaba con la mirada perdida. Yo con lo mío tenía bastante, ya sólo buscaba imágenes de calles cercanas a la Puerta de Brandemburgo para divisar el final, mientras que el público (muchos españoles) me animaba al ver mi sufrimiento porque tenía los isquiotibiales más rígidos que los de Robocop. Por fin giramos una calle a la izquierda, en el km 41,50 y encaramos la larga avenida del hotel que terminaba en la Puerta de Brandemburgo. Aleluya. Ver el majestuoso monumento al fondo, me dio un pequeño plus de energía y llegué a pensar que podría pasar dignamente por debajo de la Puerta. Sin embargo, fue un espejismo, mis piernas seguían con contracturas serias y ya casi iba dando saltos más que corriendo. Pasé la Puerta y afronté con una alegría enorme los últimos 100 metros… estaba a punto de conseguirlo, un maratón más y conseguido con mucho sufrimiento. Ya casi en la meta, levanté los brazos con tanta fuerza que casi golpeo en la cara a una chica que entraba a mi lado, nos dio un ataque de risa, fue la anécdota de esta llegada.

Al final 3:55:45h. Se rompía mi progresión en las marcas en esta cuarta experiencia, pero después de no haber entrenado y, tras tanto sufrimiento, era un gran logro. Hay mucha gente que nunca podrá completar un maratón y otros que tienen que entrenar muy duro para poder bajar de 4 horas, así que está claro que había sido un pequeño éxito. Como ya dijo el gran Haruki Murakami: "dar todo lo que tienes, aguantar todo lo que tengas que aguantar y saber que puedes estar satisfecho". La medalla de Finisher (la podéis ver en el apartado “MEDALLERO”) es muy sencillita, con la Puerta de Brandemburgo y la cara de Patrick Makau (récord mundial de maratón en Berlín’2.011) en el reverso. Eché de menos mi camiseta de Finisher (por no hacerle caso a Diana), pero ya era tarde.

Después del emotivo reencuentro con las chicas en la estación de tren más cercana y de la merecida ducha, estuvimos comiendo en el Sony Center para que Almudena lo conociera. El codillo con chucrut me supo a gloria. Ya por la tarde, yo me fui al hotel a descansar y dormir una buena siesta. Por primera vez en un viaje, lo necesitaba, había sido durísimo y me dolía todo. Las chicas aprovecharon la tarde en el Acuario de Berlín y, como tienen buena memoria, vinieron a buscarme después para ir a cenar a la OkotberFest y así participar en el Juego del Mazo (por si no había tenido suficiente mazo durante la carrera). Nos encantó la Feria, comimos y bebimos todas las delicias berlinesas y, al final, llegó mi hora del Mazo. Fue un desastre, estaba tan cansado que no atinaba ni a dar al lugar correcto, así que el disparador apenas subía. Yo sólo pensaba en no darme en un pie, con el efecto de las cervezas, y rematar así un día lleno de dolores. Nos reímos bastante ante mi falta de puntería y hasta Almudena se atrevió a probar (con mi ayuda porque el mazo pesaba lo suyo). Al final, entre grandes risas, nos dieron nuestro gorrito alemán y por fin llegó la hora de descansar.

Cuando viajas con una Agencia, el viaje se suele alargar hasta el día siguiente del maratón, así que tuvimos la mañana del lunes para poder hacer un poco más de turismo. Yo necesitaba estirar las piernas, y un pequeño paseo me vendría bien. Desde el hotel fuimos caminando hasta el Ayuntamiento y, desde ahí, a La Catedral. Buscamos por el camino las estatuas gigantes de Marx y Engels en la frontera con la extinta RDA, que yo recordaba del viaje anterior, y allí nos hicimos las fotos de rigor. Las risas esta vez vinieron en la escalinata de La Catedral. Al llegar allí, unos corredores bajaban de visitarla y sus gestos y caras de dolor agarrándose a la barandilla mientras bajaban los escalones delataban su sufrimiento en el maratón y nos provocaron un ataque de risa que no pudimos reprimir. La escena fue muy graciosa, hasta que me di cuenta de que entonces me tocaba subir a mí. Afortunadamente, las chicas se adelantaron y vieron que no se podía visitar porque estaban en plena misa, así que me ahorré los dolores de la escalinata. Bajar escalones después de una prueba tan dura, es un verdadero martirio para un corredor, como pude comprobar aún días después en el trabajo. Llegada la hora prevista, volvimos al hotel y emprendimos el regreso con la gente de Sportravel.

Superado Berlín y sus dolores, París iba a ser nuestro siguiente viaje maratoniano.

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