Recorriendo el mundo a golpe de maratones

Recorriendo el mundo a golpe de maratones
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14 de abril de 2013

V. PARÍS 07/04/2013 (3:23:02 h)

Para empezar 2.013 el maratón elegido había sido París. Pensábamos acabar el año en Nueva York, así que el maratón del primer semestre debía ser cerca de casa, en un lugar conocido, pero no por ello exento de glamour y grandeza. Un maratón excepcional el de la capital francesa. Además, coincidiendo con el 40º aniversario de boda de mis padres, íbamos a pasar allí todos juntos esos días, así que el éxito estaba casi asegurado. Viaje en familia y ... sí, sí, sí nos vamos a París!
Aunque es un viaje que se puede organizar por uno mismo, la experiencia en Berlín con Sportravel fue muy positiva, y el hotel que ofrecían en París estaba muy cerca de la salida/meta. Por el contrario, la recogida del dorsal estaba muy alejada y el que nos llevaran hasta allí en autocar acabó de decidirnos a viajar con Agencia. Esta vez el viaje no fue tan concurrido como el de Berlín. Viajamos unas 25 personas desde Barcelona y, ya en Berlín, se nos unieron algunos más desde Madrid y una pareja de corredores veteranos que había viajado en solitario desde Valencia. El grupo era majete y muy diverso.

El hotel de Sportravel, que ya habíamos visto por Internet, cumplió las expectativas. El escogido por la organización era el “Concorde Lafayette ****”, un gran edificio, a un paseo del Arco del Triunfo y Les Champs Elysées, en una zona que no conocíamos de la capital francesa pese a que ya habíamos estado allí 3 ó 4 veces. Mis padres y mis suegros se alojaban en un hotel más familiar y coqueto al otro lado del Sena, así que el viernes cenamos por separado con la fortuna de encontrar un restaurante de fondues espectacular, cerca de nuestro hotel,  donde disfrutamos con la típica Raclette, sobre todo Almudena, “la reina del queso”.

El sábado, desayuno en el hotel y, en autocar, con el grupo de Sportravel a por el dorsal. La Feria del Corredor de París es enorme. Al entrar tuve que pasar el trámite de presentar un certificado médico debidamente sellado (este requisito sólo me lo habían pedido en Florencia, y con menos formalidades que en París) y pude respirar tranquilo cuando me lo aprobaron como correcto. La verdad es que ASICS monta un recinto espectacular donde es difícil no picar y acabar comprando alguna de las llamativas prendas deportivas que venden. Así que pese a que al final tendríamos camiseta de Finisher, nos compramos un par de cositas de ASICS de las que nos habíamos encaprichado. Schneider Electric (otro de los patrocinadores) había montado también actividades relacionadas con la energía, que Almudena no dudó en probar.

Al salir de allí, nos dirigimos en metro hacía Notre-Dame, que estrenaba sus nuevas campanas, y allí nos encontramos con la familia a la hora acordada. Un paseíto hasta el Hôtel de Ville (el Ayuntamiento) con parada para comer en una antigua cripta, rescatada del Sena, que si bien al principio nos dio mala espina ya que el restaurante estaba gestionado por asiáticos, acabamos comiendo bien, como casi siempre en París. Por la tarde, teníamos entradas ya compradas para el Louvre, así que Almudena, que no paró de hacer fotos con su cámara, pudo ver de cerca La Gioconda, la Venus de Milo y la Victoria de Samotracia entre otras maravillas del arte mundial. Y como si al día siguiente no tuviéramos un maratón, nos dirigimos, hasta la Torre Eiffel. Almudena se quedó maravillada y no dudó en subir, pese a la larga cola que había (aquí fallamos al no llevar entradas ya compradas), con el abuelo Manuel y con su madre. Los que ya habíamos subido en otros viajes y, además, vivimos con el vértigo a cuestas, nos quedamos merendando en un café cercano mientras tanto...

Después de comprar algún souvenir típico por la zona, encontramos un pequeño restaurante, algo estrecho, que fue maravilloso. Era un local precioso, muy cuidado, con dos plantas y donde nos sirvieron una cena estupenda. Además, uno de los camareros, seguramente de origen latino, y que sabía español, estuvo comentando con nosotros el partido que en esos momentos jugaba el Real Madrid contra el Levante (5-1). Era casi tan forofo como nosotros. Cuando terminamos la magnífica velada, aún estábamos lejos de los hoteles. Los abuelos decidieron volver andando y echando kilómetros a su mochila, y nosotros cogimos un taxi hasta nuestro hotel. Estábamos agotados, pero en coche llegamos en un momento.

Horas después, el domingo por fin amaneció. Los corredores quedamos en el vestíbulo del hotel después de desayunar y nos dirigimos andando hacia la salida. Nos separaban unos 800 metros. Al llegar allí, nos fuimos separando por objetivos, y cada uno se situaba en su cajón correspondiente deseándonos mucha suerte. Dado mi historial y mis últimas marcas, mi objetivo y cajón de salida era esta vez el de 3:15h. Tomando como referencia mis 3:19h de Madrid y, pensando que aunque la carrera no tenía un perfil muy asequible, esta vez “sólo” había estado parado por lesión 15 días (lumbalgia) y podría conseguirlo. Aunque en una maratón es peligroso ser tan ambicioso, no quería perder la oportunidad de mejorar mi marca en París y salí como una bala detrás de la liebre de 3:15h. Al rato de salir, los primeros inconvenientes. Llegué a la salida con guantes y braga de cuello porque, pese a la fecha, hacía frío en las mañanas de París. Y más que frío, humedad. El Sena, como ya lo hiciera el Arno en Florencia, estaba cerca y se metía en tus huesos sin piedad. Pese a ello, en el kilómetro 3 ya me sobraban los guantes y la braga y me los quité para llevarlos en la mano. Para colmo, se me acabó la batería del Mp3 y ya era el tercer objeto que me molestaba y llevaba encima sin ningún beneficio para mi carrera, más bien todo lo contrario. Con todo esto en la mano, sólo pensaba en llegar al Km. 12 y, al paso por el precioso Château de Vicennes, ver a las chicas por primera vez y darles todo lo que me sobraba. Al llegar allí, cual fue mi sorpresa cuando en una curva ví un nutrido grupo de españoles que me empezaron a gritar “Hala Madrid!” y a jalearme al verme pasar (yo llevaba la camiseta roja del Real con el 7 de “Juanito Maravilla” a la espalda) pero ni rastro de las chicas. Más tarde, ya al final, averiguaría que el despertador no sonó a tiempo y, pese a su gran esfuerzo, cuando llegaron al Km. 12 ya era demasiado tarde.

Resignado, y cargado con los objetos y prendas que me sobraban, me concentré en llegar al kilómetro 21 y poder encontrar allí a mis padres y a mis suegros para, sobre todo, deshacerme de lo que me sobraba. Pero a ninguno se nos ocurrió que dicho punto de encuentro, justo en el cruce sobre el Sena, iba a ser uno de los más concurridos de la prueba. Multitud de aficionados a izquierda y derecha de la curva donde teníamos previsto vernos, impidieron que pudiera encontrarlos. Ellos tampoco me vieron a mí hasta que ya era demasiado tarde, aunque sí es cierto que mi suegro pudo grabar con su cámara el momento de mi paso por allí, sin percatarse de mi pesencia ante la masiva llegada de corredores y el escándalo que armaba la banda de música allí situada. Otra vez, agua.

Después de un bonito recorrido por la ciudad y Vicennes, quizás empieza la peor parte de la prueba. Es verdad que se va junto al Sena, pero siempre por dentro de túneles para el tráfico que te impiden la visión del paisaje y que duran tantos kilómetros, que no son aptos para claustrofóbicos. Cuando por fin salimos a la superficie, viendo a la izquierda la impresionante silueta de la Torre Eiffel, hacía ya un rato que mi ritmo había bajado y la liebre de 3:15h se escapaba en la lejanía sin remedio. Estábamos en el Km. 30 y, por fin, agazapadas entre la gente, vi a las chicas y me paré con ellas para dejar todo lo que me sobraba y tomarme un gel energético con cierto reposo. Después de 30 kilómetros sin ver a nadie conocido y con los únicos ánimos de españoles que estaban en el público o corredores que me encontraba y reconocían mi camiseta, necesitaba su apoyo y ánimo. Estaba en el peor momento, pero el gel y, sobre todo verlas, me animaron a continuar. Hasta el 35, el recorrido volvía a ser muy monótono y la entrada del Bosque de Bolonia, tramo final de la prueba, ya se vislumbraba mientras a nuestra izquierda dejábamos el histórico Parque de Los Príncipes (ya habíamos visto desde el autocar el Estadio de Francia donde juega la selección gala y donde el Real Madrid ganó La Octava, en un claro 3-0 al Valencia).

El Bosque de Bolonia tiene que ser precioso para entrenar, ir en bici, pasear y disfrutarlo, pero cuando estás terminando una maratón, sus pequeñas rampas de sube y baja se convierten en verdaderas pesadillas. Las piernas, pesadas como nunca, se negaban a subir los pequeños repechos que en ese estado parecían cuestas empinadas. Así que, con la única compañía de los árboles, los últimos kilómetros se me hicieron eternos y maldije varias veces el magnífico Bosque de Bolonia. Tuve sensaciones parecidas al tramo final de Barcelona, cercanas al agotamiento y sacando sólo fuerzas gracias a la cercanía de la meta para poder seguir corriendo. Estaba muy lejos de la pesadilla vivida en Berlín, pero me costaba continuar. Casi por arte de magia, seguramente debido a mi amor por el asfalto, en cuanto volvimos a entrar en la ciudad en el Km. 40, mi cuerpo se reanimó y empecé a correr a muy buen ritmo. Por sorpresa y, cuando ya entraba en sprint en la recta final para rebajar algún segundo, recuperado de la “pájara”, a mi derecha escuché a las chicas que me gritaban y me hacían fotos. Gracias a su experiencia y paciencia, se habían podido colar en la recta final, en una situación privilegiada para compensar la accidentada visita al Km. 12. De hecho, la mejor foto de esta carrera la hicieron ellas desde esta posición, y no la organización.


Al final 3:23:02h. Algo lejos de mi ambicioso objetivo de 3:15h, pero después de cómo se había desarrollado la prueba y del perfil de la misma, podía estar bastante satisfecho. La medalla de Finisher (la podéis ver en el apartado “MEDALLERO”) es una de las mejores que me han entregado. Colorida y con la imagen de la Torre Eiffel, una chulada. Además, me regalaron al llegar una camiseta de Finisher, de color verde, que no estaba nada mal. Esta gente sí que cuida los detalles.
Después del encuentro con las chicas en el Arco del Triunfo (qué mejor lugar) bajamos andando al hotel y quedamos con los abuelos (que llevaban toda la mañana andando de un sitio para otro y que seguían en ello, superando un media maratón) en uno de los restaurantes de “nuestro barrio” de acogida, que resultó ser una marisquería de mucha calidad. Como prueba, de primero degustamos unas deliciosas ostras (el abuelo Manuel, que seguía negándose a pedir de Menú, cató unas aún más deliciosas) y una comida estupenda mientras seguíamos viendo a corredores llegar al hotel exhaustos por el esfuerzo. Para estirar las piernas y, como última gran visita a París, subimos en taxi al Sacre Coeur para que Almudena viera el ambiente de Montmartre. Allí arriba, con mucha gente, subí las escaleras de la iglesia con mucha más facilidad que en Berlín y Mireille nos enseñó casitas curiosas de la zona donde se reunían los pintores ("Le Lapin Agile"). Fue un bonito paseo que acabó con el descenso en funicular del primer tramo, con las chicas de compras y dando un paseo por la zona del Pigalle ("Moulin Rouge") hasta el metro, donde conseguimos que el abuelo Manuel, amante de los taxis, se subiera. Incluso le hicimos una foto (“La Bastille”).
Acabamos el día con un tranquilo paseo por el Sena en el Bateau-Bus (no confundir con el Bateau Mouche), haciendo fotos hasta que desembarcamos en la Place de La Concorde. Allí,  ya cansados por el largo y duro día, cenamos en uno de los primeros sitios que vimos. Seguramente en el restaurante más sencillo de todo el viaje, pero ya sólo nos entraba una ensalada o algún bocadillo para terminar el día. Estábamos muertos.

La mañana del lunes (ya sabemos que viajando con Agencia, el viaje se alarga un día) la pasamos por separado y nosotros optamos por visitar el ya famoso, para nuestra aventura personal, Château de Vincennes. Tras un largo viaje en metro, en el que las chicas revivieron las aventuras del día anterior que les impidió llegar a tiempo al primer punto de encuentro, llegamos al coqueto castillo por cuyo interior estuvimos paseando y haciéndonos fotos. Para comer, habíamos quedado con los abuelos en el espectacular restaurante: “Le train bleu”. Es un local que representa el interior de un tren antiguo y que cuenta con un servicio, un entorno y una comida espectaculares. Merece la pena sin duda la visita, pese a que se encuentra escondido en la Gare de Lyon y está algo lejos del centro. Hay que visitarlo alguna vez en la vida. Maravilloso.

Esa última comida fue el colofón al viaje a París donde mejor hemos comido de todas nuestras visitas a esta maravillosa ciudad. Es un lugar que nunca falla pero, esta vez, gracias a los abuelos, hemos estado en lugares muy especiales. Después de comer en "Le train bleu", y ver los cercanos canales de Saint-Martin, nosotros volvimos al hotel. Nuestro vuelo salía esa misma tarde-noche y los abuelos no volaban hasta el martes. Llegamos a Barcelona agotados y muy tarde, deseando encontrarnos con nuestra cama ya que, además, al día siguiente, había que trabajar (qué remedio)... Gran viaje sin duda el de París, mucha actividad aparte del maratón.

La próxima aventura, en Nueva York, será difícil de mejorar. Pero como siempre, lo intentaremos con todas nuestras fuerzas.

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